lunes

Como ya le anticipe nací en el año 1891. Mi padre Florencio Molina Salas y mi madre Josefina del Corazón de Jesús Campos y Campos, ambos, integrantes de las más linajudas familias porteñas y familiarizadas con importantes personajes de la Historia Nacional. Mi ciclo escolar transcurrió como pupilo entre los colegios de Lasalle y el Salvador. Precisamente por estar internado durante el año; las vacaciones siempre fueron por demás ansiadas. Mi padre nos llevaba a todos los hermanos a su estancia “Los Angeles” en los pagos del Tuyú. Antiguamente esta estancia era mucho mas grande y se llamaba “San Isidro” quedaba a mitad de camino entre Mar del Tuyu y Gral. Madariaga. Pasábamos todo el verano muy entretenidos; siendo testigos del diario trajinar de los peones. En nuestros juegos imitábamos su lenguaje, sus ademanes, nos vestíamos como ellos y nos sorprendía el peligro de sus faenas campestres. En esa época fue que conocí a Teleforo Areco. Era el capataz de la estancia y con el tiempo se convertiría en una de las personas de mi mayor afecto. Con edades distintas fuimos creciendo juntos; ya que nunca se fue de los Angeles mientras fue de nuestra propiedad.
Los días de lluvia nos dedicábamos a completar los deberes “para las vacaciones” más otras tareas que nuestros padres nos asignaban. Yo aprovechaba y reproducía los elementos de la estancia. Los recortaba y los ubicaba sobre la mesa del comedor. Borroneaba también algunos paisanos exagerando sus gestos característicos. Recuerdo la primera vez que le mostré a Teleforo el dibujo que habia hecho del Aniceto - otro de los paisanos - “Pero si es el mismo” dijo mostrándome sus enormes dientes en una socarrona sonrisa. Otro día dibuje a otro y otros días a otros mas, siempre con la aprobación de Teleforo quien al reconocerlos le causaba mucha gracia; cosa que no ocurrió cuando lo dibuje a el y se lo mostré a los demás.
Para el mes de febrero mi padre se quedaba en la estancia y nos íbamos con mi madre a Santa Teresita. Allí teníamos una casa de veraneo. Siendo chico creía que el nombre de la casa (La dejo el mar) estaba relacionado con su proximidad con el océano. Cuando su pe leer y escribir me entere el porque del nombre. Realmente mi padre era muy ingenioso.
Los días felices de la estancia del Tuyú mas tarde se prolongaron en “La Matilde” ubicada en Chajarí muy cerca de Concordia - Entre Ríos: Allí también nos gustaba estar entre la peonada, visitando puestos, ayudando y aprendiendo el ancestral arte del trabajo del hombre de campo. Ya por entonces tenía 12 años. Edad ideal para travesuras. Algunas fueron recordadas durante mucho tiempo por lo peligrosa en que se convirtieron
El 26 de marzo de 1907, antes de cumplir los dieciséis años, se termino nuestro mundo feliz; ya que repentina e inesperadamente muere mi papá. A partir de ese momento todo será muy diferente.
Debí trabajar para ayudar a solventar los gastos de la casa, primero ingrese en el Correo más tarde en el Ministerio de Obras públicas y en la Sociedad Rural Argentina. Realmente no estaba preparado para estos. Estaba muy desconcertado y sufría una pena muy honda. En la ejercitación de aquellos dibujos que realizaba, en las estancias, siendo niño expresaba la enorme nostalgia por ese mundo perdido y a su vez me servían como refugio espiritual.
De esta manera, sin rumbo fijo, llegue a los veintinueve años. Corría 1920 y a pesar de la monotonía a la cual creía haberme adaptado, mi vida parecía que iba a encaminarse de una mejor manera. Podría decir que nuevamente, la vida, me sonreía. Me case, me instale comercialmente. Realice importantes relaciones comerciales dentro del rubro ganadería. En 1921 nació mi primer y única hija a la que llamamos Hortensia (Pelusa)
Todo fue un espejismo. Muy pronto nuevamente los sueños se derrumbaron. La idea de continuar con la tradición familiar relacionada con la vida agropecuaria del país tropezó con graves inconvenientes económicos y desencuentros societarios. Ante el desastre intentamos con mi hermano Carmelo una nueva empresa en la provincia de Santiago de Estero. Las penurias vividas fueron demasiado cruentas para un hombre de la ciudad. Siempre que habia salido al campo no era más que para pasear en las estancias de mi padre, en vacaciones y la vida que hacíamos con Carmelo era horrorosa. Por el calor nos levantábamos al alba, ordeñábamos, lavábamos la ropa, hachábamos en el monte y acarreábamos inmenso troncos de quebracho, a veces al hombro para ayudar al único caballo que teníamos. Al cabo del día, con los brazos, manos y piernas a la miseria de espinas y solazos, todavía a cocinar, lavar los utensilios y nuestra ropa y caíamos como piedras a la cama ¿A qué? ¿A dormir? ¡No! A luchar con las vinchucas, cucarachas y otros tantos parásitos que anidaban en el miserable rancho en que vivábamos.. Una violenta helada que destruyo toda nuestra huerta fue la señal que veíamos llegar. Fue la señal de otro fracaso y el retorno de nuevo a Bs. As en donde me esperaba la demanda de divorcio. Tenía treinta y tres años y mi vida era un verdadero desastre.
Retome los pinceles con nueva fuerza tratando de olvidar los infortunios pasados. Escribí, además, cuentos camperos con la idea que el diario La Prensa me los publique. Me interesaba la escritura gauchesca y poder ilustrarla con mis dibujos. Mientras tanto voy acumulando, en secreto, carpetas con mis dibujos. Tenia guardado los que habia, hecho, siendo niño, en el Tuyú, en la Matilde y en todos estos años de infortunio. Eran escenas de la vida en las estancias y los caminos de la pampa, algún ranchito con sus moradores y animales, paisanos jineteando, algunas marinas y otros tantos mas. Si bien eran auténticos; mas que nada tenían el valor del afecto y el de la nostalgia. Nunca pensé que algún día podría llegar a utilizarlos